Estaba solo en medio del campo. No había alcanzado su plenitud cuando un
torbellino lo derribó, quebrándolo. Sus raíces quedaron al aire, desamparadas y
convulsas; todas menos una que, a manera de cordón umbilical, continuó uniéndolo
a la tierra. Dos de las primeras ramas, también rotas y clavadas en el suelo,
evitaron que el tronco se acostara del todo. Pasado el cataclismo, desbrozado lo
seco e inútil ya, limpio de toda hojarasca, fue acomodando su vida en una
voluntariosa, tenaz adaptación de mutilado.
Ahora, visto a distancia, parece un luchador caído de espaldas, apoyándose en
los codos para impedir que el tronco y la cabeza den en tierra. Las ramas que se
alzan rectas, casi en escuadra, son brazos ansiosos que buscan asirse de algo
que los sostenga, para erguirse nuevamente. Un gajo que surge del extremo, en lo
que hoy es la testa, se curva hacia atrás para mirar el cuerpo y ver cómo se
sostiene y prospera, tan adaptado ya a su actual existir, que si lo volvieran a
su antigua posición normal parecería más deforme todavía...
De nuevo han regresado a él los pájaros; de nuevo alberga nidos; de nuevo siente
el sol que lo penetra vivificándolo, exaltándolo en brotes y coloraciones que
fingen una floración; de nuevo se arrebata en la euforia primaveral.
Precisamente, en esta mañana de primavera, alta, ancha y gloriosa de azul y de
alegría, nos hemos acercado a contemplarlo, y mientras lo contemplamos,
recibimos su lección de optimismo y de fe:

La vida es buena y generosa, en la medida que nosotros así lo creemos. Cierto
que tiene sus accidentes y sinsabores; pero todo ello lo cura y cicatriza el
tiempo, y nunca debe ser lastre que nos impida elevarnos y soñar. El recuerdo
del dolor, sólo debe servir como lección provechosa, como contraste con lo bueno
y lo bello que se nos da. Una vez caí, y supe luchar para que la caída no fuese
total, definitiva. A fuerza de voluntad, de amor a la vida --porque lo primero
es vivir--, pude rehacerme y volver a ser nota vital en el paisaje y vibración
en su sensibilidad. Como antes, vuelve a correr la savia por mis venas; vuelvo a
tender los brazos protectores y a sentir en sus axilas el calor y la ternura de
los nidos; vuelvo a gozar el beso jovial y bueno de la luz, y el canto de los
pájaros que emociona hasta el temblor a mis hojas más tiernas, y el aleteo de la
brisa que en el follaje juega al rumor de mar, y la amistad y gratitud de las
bestias simples por la sombra que les brindo en las canículas, y el amor de la
lluvia mansa que me envuelve en su líquido cendal y me estrecha en un cosquilleo
dulce, inexplicable, y me renueva; y de todo lo que desciende del cielo o sube
de la tierra, dones preciosos de Dios...

Un sendero se mostraba en la vecina cuesta, uno de esos senderos campesinos que
parecen sonreír inocentes en el verdor de los pastos. Por él regresamos,
sintiéndonos más humildes y más buenos."

Desconzco su autor