Con un enérgico gesto de desaprobación -No, así no puedes estar, ven, sígueme. Lo llevó a una habitación y le dijo -quítate la ropa y no te preocupes que yo he visto a muchos hombres desnudos- Sacó un uniforme de la talla adecuada y le dijo, cuando estés listo te estaré esperando en la cocina
Luego le preguntó -¿sabes manejar? -Claro, para eso estoy aquí. -Entonces agarra las llaves y anda calentando el carro que vamos a salir. Lo primero que hizo fue revisar el aceite, el agua, todo, porque era un conductor experimentado
Manejaba perfecto, el Coronel, su antiguo amo, no toleraba defectos. Se conocía las calles de Caracas como la palma de su mano. Por instrucción del ama de llaves llegaron a una boutique, Paco, Gabanna, Montecristo, Gucci, en fin, ropa carísima de diseñadores, -Usted va a trabajar par el Congreso de la República y tiene que ir a la altura-. Le compró 6 trajes con sus respectivas combinaciones de zapatos, correas, corbatas, perfumes. Un traje para cada día y ni siquiera se tenía que encargar de lavarlos o plancharlos, alguien se encargaba de eso. Con que esa era la vida de el empleado de una rica
La sorpresa era muy grande, se sentía extraño. Se preguntaba a cada rato en qué clase de compromiso se estaría metiendo. Un Carnet Gubernamental que le acreditaba un permiso especial para portar armas de fuego y una habitación propia para vivir dentro de la casa de su empleadora. Era un tipo muy listo, sabía de antemano que había sido investigado a la perfección. Nadie mete a un extraño en su casa y le da un arma de fuego -y si fuera un psicópata- con el tiempo confirmaría su sospecha. Su impecable expediente militar y un investigador privado enviado al pueblo donde había nacido y crecido constataron la veracidad y sinceridad de sus palabras. Soltero, sin hijos, era sencillamente el hombre perfecto
Y así fue transcurriendo el tiempo, entre sesiones parlamentarias, compromisos sociales, cenas en restaurantes. Siempre callado, con la cabeza baja, ofreciendo reverencias cuando era necesario, saludos amables, abriendo y cerrando puertas, tal como le habían enseñado en el ejército
La Dra estaba encantada, de vez en cuando se sentaba adelante y le sacaba algo de conversación. Cierto día lo invitó a cenar
-No te sientes ahí, ven siéntate aquí, junto a mí en la silla del Rey. -Pero Dra, le dijo humildemente, si yo soy un simple empleado. -No te preocupes, por hoy tú eres un Rey y yo soy la Reina
Para él no significaba nada. Se sentía como vasallo, como la marioneta de su ama. Si ella estaba aburrida y necesitaba su presencia lo podía entender perfectamente por todo el tiempo que habían pasado juntos, sentados en el mismo carro, en el congestionado tráfico. O por todo ese largo tiempo que había estado a sus servicios y a lo mejor se había establecido cierta empatía
Estaba viviendo su luna de miel y no lo sabía. Pobre de él, si lo hubiera sabido a lo mejor se hubiese alejado con ese bonito recuerdo, pero no lo supo, ni siquiera se imaginaba lo que estaba por venir